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En torno a Henry Corbin: imaginación creadora, función angélica, Khidr

 

   Hay autores que, sin ser de aquellos que pueden considerarse entre las influencias fundamentales de la vida de uno, aparecen en el camino una y otra vez. Este es el caso de Henry Corbin. Todo lo que había leído de él (La imaginación creativa en el sufismo de Ibn Arabi, En Islam Iranien) y sobre él, me había cautivado de una manera especial. Pero, aún así, siempre quedaba a la espera de ser retomado más adelante. Y, en una nueva vuelta del camino, aparece con fuerza otra vez H. Corbin (1903-1978). Esta vez de la mano de Tom Cheetham y su excelente obra, que no dudo en recomendar, All the World an Icon: Henry Corbin and the Angelic Function of Beings, cuya lectura debo también a Antonio Penedo (gracias, Antonio, una vez más).

   Podría decirse que esta obra sirve como introducción general a Corbin, hilo conductor de toda ella, pero también está muy presente –más de lo que se podría pensar por el título– C.G. Jung, y en menor medida, especialmente ya al final del libro, James Hillmann y su psicología arquetípica. Y en último capítulo se hace presente el propio autor, con oportunos trazos autobiográficos, como su paso de la biología y sus héroes científicos al descubrimiento de la filosofía, luego de Jung y Hillman para hacer frente a sus propias crisis, y finalmente a H. Corbin, de quien se ha convertido en uno de los especialistas.

El libro es de tal riqueza y tan deliciosa lectura que no es cuestión de entrar en detalles. Baste recordar los cuatro temas principales de Corbin, tal como explica bien en el primer capítulo, que se entrelazarán ya a lo largo de todo el libro, y detenernos en una o dos de las ideas centrales. Esos cuatro temas son: 1) La imaginación creativa y el mundus imaginalis; 2) La hermenéutica (ta’wil) como exégesis del alma; 3) La paradoja del monoteísmo; 4) La armonía abrahámica.

   Corbin puede decirse que fue teológo protestante, filósofo (con influencias de Heidegger, de quien fue el primer traductor al francés), místico, pero sobre todo orientalista. Fascinado por las tradiciones iranias, estudió en la Sorbona con E. Gilson, y L. Massignon (a quien sucederá en la Sorbona en la cátedra de “Islam y las religiones de Arabia” en 1954), entre otros. Cuando este último le prestó un libro sobre Sohravardi su vida cambió y pronto pasó varios años investigando las obras de Sohravardi, y también de Avicena, de Ibn Arabi, y de toda la filosofía y la mística del Islam. Su años de investigación en Irán le llevaron a profundizar no solo es el Islam, sino también en el zoroastrismo (que él prefería llamar mazdeísmo, por centrarse en Ahura Mazda, el Dios luminoso, frente a Ahrimán, su oponente), tal como había hecho su inspirador principal Sohravardi (1155-1191).

   Corbin participó en las célebres conferencias del Círculo Eranos, que tuvieron como una de sus figuras centrales a Jung, pero a la que asistían regularmente intelectuales como M. Eliade, L. Massignon, J. Hillman, y tantos otros, y en las que Corbin comenzó a participar en 1949. A partir de entonces se acentúa su lectura de Jung y la utilización de algunos de sus conceptos, aunque más que de influencia debería hablarse de coincidencias. Las semejanzas y diferencias entre Jung y Corbin son muy bien analizadas a lo largo de toda la obra de Cheetham.

   Sin duda el papel concedido a la Imaginación resulta central en ambos, aunque la concepción (ontológica, metafísica, espiritual) que haya detrás no coincida del todo, especialmente por el empeño de Jung en mantenerse dentro de un “empirismo científico” (que sin duda sobrepasó) y de una psicología como ciencia empírica, mientras que Corbin no dudaba en compartir (“nosotros los shiítas”, decía en ocasiones, sin que esto suponga una filiación religiosa institucional muy concreta) la metafísica espiritual del mazdeísmo y el islam shiíta (ismaeliano o duodecimano).

   Quizás pueda decirse que el mundus imaginalis (mundo imaginal) es el mundo de los arquetipos, solo que quizás la noción de arquetipo no sea idéntica en Jung y en Corbin, platónico y neoplatónico desde el comienzo (frente a un Jung más kantiano). Y quizás la “imaginación activa” de Jung no tenga el mismo alcance (esencialmente terapéutico en este, fundamentalmente místico en aquel) que la Imaginación creadora en Avicena, Ibn Arabi, Sohravardi o Corbin. Pero no nos interesan ahora tales comparaciones, sino centrarnos en el papel del “Ángel” en Corbin.

   Y es que la antropología de Corbin (basada en los autores mencionados especialmente) es una antropología angelológica. Es decir que Hombre y Ángel forman una unidad central para comprender nuestra naturaleza. Cada persona, cada alma humana, encarnada, tiene su Ángel, su Doble, su Gemelo celeste, que es su Arquetipo eterno. Nuestro Ángel Daena es nuestra contraparte celestial. Corbin dice, “son una misma esencia sin confusión de personas”. La relación entre ambos aspectos, el polo terrestre (alma encarnada) y el polo celeste (ángel arquetípico) es el elemento central de esta antropología angélica. El encuentro con nuestro propio Ángel, es el encuentro con nuestra Persona arquetípica. Y los distintos “relatos” (récit, dice Corbin en francés) que “re-citan” la experiencia mística-visionaria, y utilizan la Imaginación como órgano de conocimiento, son narraciones iniciáticas, personales (la “persona” es la categoría central en toda esta ontología), del encuentro con el Ángel.

   Más allá de la sharia (la ley islámica con sus normas y reglas detalladas), más allá incluso de la tariqa (el camino hacia el conocimiento y la santidad, generalmente exigiendo un maestro humano, como en las escuelas sufíes), se halla la haqiqa, en la que Corbin se muestra más interesado, y que concibe como la esencia mística oculta, la verdad de la revelación a cada ser humano individual. Si buena parte del sufismo han tratado de conciliar las dos primeras, centrándose en la segunda, Corbin mira con recelo a todo maestro humano y destaca la importancia de ser “discípulo de Khidr”, personaje enigmático, de quien Ibn Arabi fue discípulo, y que Corbin identifica con el duodécimo Imam, el Imam oculto, el Imam eterno. Hay que decir que ya en una sura del Corán aparece dicha figura, como iniciador de Moisés. 

   Es obvio que para la mayoría de quienes lean esto, dicha bi-polaridad (celeste-terrestre), en el mejor sentido (no patologizante, sino antes al contrario extasiante y realizador) de la expresión, esa relación íntima entre el alma humana encarnada y el Ángel celeste, resultará más bien extraña, quizás para algunos novedosa, acaso para otros tremendamente atractiva. Pues bien, siempre me ha llamado la atención (lo dije ya en La llamada [de] la Nueva Era) que dicha bipolaridad ontológica ocupa un lugar destacado tanto en la obra de A. Bailey, V. Beltrán y otros, como en la de Sri Aurobindo. 

   En el caso de A. Bailey, basta recordar una de sus magnas obras Tratado sobre fuego cósmico, especialmente la Segunda Parte, Sección D., donde los Ángeles solares (o Manasadevas) y su papel en los orígenes de la humanidad y en la individualización desempeñan un puesto crucial. Toda esa compleja y sofisticada antropología esotérica fue actualizada y ligeramente simplificada por V. Beltrán. Puede verse, por ejemplo, su magnífica obra, La Jerarquía, los Ángeles Solares y la Humanidad, donde leemos. <<Perdidos en las brumas de los problemas cotidianos que exigen de nosotros un progresivo e inmediato sentido de atención, es muy difícil ser conscientes del poder magnético espiritual que emana constantemente de nuestro Ángel Solar, de aquella alma liberada cuya misión es “arroparnos con su manto de amor y sacrificio”>>. 


   Y, para no alargarnos más, y terminar con la importancia del encuentro entre el ser humano y el Ángel (solar), no pudiendo evitar la comparación con lo insinuado por Corbin, sigue diciendo V. Beltran: <<Pues, el único misterio y el verdadero secreto de nuestra vida en relación con la Vida infinita de “nuestro Padre en los cielos” se halla en la relación magnética que podamos establecer con nuestro Ángel Solar. El encuentro consciente, aun verificado a ráfagas o intervalos, produce siempre indescriptible confianza y profundo gozo>>.

   En el caso de Sri Aurobindo, la terminología es otra. Él distingue entre el Jivatman y el ser anímico o el alma. El jivatman es nuestra individualidad espiritual que permanece siempre más allá de la manifestación, y el alma es una especie de emanación de aquel, su expresión en la manifestación espacio-temporal y de la que tiene sentido afirmar que se manifiesta una y otra vez en distintos cuerpos físicos. Obviamente no es lugar donde entrar en detalle en las semejanzas y las diferencias entre estas tres grandes concepciones que se abrazan en ese lugar común: el encuentro con el ángel (ángel solar, fravarti, Doble, Gemelo, jivatman, nuestro Arquetipo personal, nuestra Persona eterna, nuestro Maestro interno, etc.).

   Sea también una invitación al diálogo sobre estas cuestiones trascendentales.

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